Mi Cuento Fantástico 2022

La nariz torcida de la abuela

Mi abuela vivía en una casita de campo, como a dos horas de la ciudad. Entre gallinas, gansos y patos, pasaba sus días. Nosotros la visitábamos cada mes y realmente la pasábamos muy bien.

Ella era una señora aún joven, pintaba canas, pero tenía la vitalidad y la mente intactas. Había algo curioso en la cara de la abuela: su nariz, que era afilada y de buena proporción, sin embargo, estaba torcida. Yo nunca le pregunté nada, pero una vez mi hermanito, que es más salido, le preguntó por su nariz. Yo le pellizqué el brazo a mi hermano, pensando que molestaría a la abuela, pero ella lo que hizo fue reír.
- ¿Quieren saber la historia de esta “ñata”? - nos preguntó. Asentimos con la cabeza y nos sentamos en el zacate, mientras mi abuela atizaba el fogón donde iba a calentar la sopa.
- Pues bueno les contaré. Cuando yo estaba chiquilla andaba brincando entre cafetales buscando animalillos. Me decían que era muy agraciada, de cara bonita. Siempre me han gustado los animales, sobre todo verlos en la naturaleza. Acá había de todo, armadillos, loras, congos, monitos tití, ardillas, brujas, perros, gatos.
- ¿Cómo brujas? - dijimos casi en coro extrañados.
- Esperen no se adelanten, les sigo contando. La cuestión es que había de todo, pero un día comenzaron a mermar los animalitos y no se sabía por qué. Yo estaba muy preocupada, me topé con un congo no muy lejos del cafetal, era grandísimo y cabezón, casi de mi tamaño, con pelaje rojizo, el cuerpo fuerte y compacto, era un animal sorprendente. Nos quedamos viendo, él caminó despacio hacia mí, no sentí miedo, me miró con ojos cansados, tristes podría decir. En ese momento comenzamos a conversar.
- ¿Cómo? ¿Cómo? - pero los monos no hablan abuela.
- Vean, ya no me interrumpan, antes si hablaban, pero la gente no sabía, además no era un mono cualquiera, era un congo. Bueno voy a continuar: El congo muy serio me pidió ayuda, me contó que había una bruja obsesionada con embellecerse y usaba a los animales para hacer pociones, además algunas veces traía también personas, para hacerles quien sabe qué cosa. Finalmente, me pidió ayuda para rescatar a varios animales que la bruja tenía atrapados. Hicimos un plan, esa noche atraparíamos a la bruja. A las doce de la noche nos metimos en su guarida, a esa hora salía a hacer sus fechorías. Vivía en la parte alta de un árbol hueco, donde tenía una especie de cabaña. El congo me subió en su espalda y un ágil monito negro que nos acompañaba también ascendió sin dificultad. Al llegar la vimos por una rendija, preparándose para salir. Estaba de espalda, pero pudimos ver cómo tomaba cosas de una gaveta y se las ponía en la cara, se alumbraba con la luz de candelas, regadas sin ningún orden entre los pocos y desvencijados muebles; un caldero humeante con tizones encendidos terminaba de alumbrar la cabaña, era escalofriante.

Finalmente salió, riendo a carcajadas y saltando de rama en rama. Entramos y vimos muchos animales en jaulas, los soltamos a todos. Solo quedaba cazar a la bruja, me quedé junto al congo y el monito. El plan era colocar la jaula más grande en la entrada, el congo la empujaría desde afuera y el monito y yo cerraríamos la jaula, asegurándola con una cadena. Llegó el momento, escuchamos a la bruja a lo lejos, con su estruendosa risa; todo estaba listo. En efecto, la bruja cayó en la trampa, el congo la empujó con sus fuertes brazos en cuanto entró y el monito cerró la jaula, yo la aseguré con la cadena. Pude ver el rostro de la bruja a la luz de las velas: ojos azules hermosos, grandes pestañas, cejas perfectamente delineadas, orejas pequeñas, sus labios estaban pintados de rojo intenso, cabello largo negro azabache, era hermosa, casi perfecta, a no ser por su larga y fea nariz, con un lunar tan grande que parecía que se le iba a caer derretido.

Nos miró con un profundo desprecio, de pronto se concentró en mi rostro.

- Qué bella nariz tienes, hijita.

Comenzó a reír de nuevo y con tremenda fuerza abrió los barrotes de la jaula. El congo trató de apresarla entre sus fuertes brazos, pero lo empujó contra la pared. El monito pequeño se colgó de su cabeza, pero la bruja con sus cabellos lo tomó del cuello y lo lanzó al piso. La bruja se acercó a mí, flotando en el aire y me quitó la nariz.

Yo caí al piso confundida y respirando por la boca, me toqué la cara y sentí la horrible sensación de tener un espacio liso, antes ocupado por mi nariz. La bruja tomó la horrible nariz que tenía, la arrancó de su rostro con un grito de furia y la lanzó al caldero aún hirviente, parecía lleno de ácido porque la nariz inmediatamente se desintegró.

La bruja se miró al espejo y delicadamente colocó mi nariz en su rostro.

- ¡Ahora soy perfecta!-, gritó. De nuevo, apareció aquella risa estruendosa, esta vez interrumpida por un fuerte mazazo del congo, que la golpeó en la cabeza con todas sus fuerzas y ambas manos. Su cara se deformó, descubriendo una masa horrible; el congo la miró y soltó un terrible aullido. Orejas, ojos, labios, mi nariz, todo se soltó de la cara de la bruja, como un muñeco cara de papa. Las partes iban por los aires directo al caldero. El monito saltó por encima y logró recuperar mi nariz, se cruzó con la bruja y al mirarla se asustó tanto, que su rostro quedó totalmente blanco. La bruja saltó desesperada para salvar lo que fuera antes de que cayera al caldero, pero no pudo salvar nada, más bien cayó de bruces dentro del ácido y después de un terrible alarido, desapareció entre burbujas.

Ese día además de la muerte de la bruja sucedieron tres cosas: el congo nunca pudo hablar más después del tremendo susto, ahora solo aullaba de vez en cuando en las noches, por lo que se ganó el nombre de congo aullador. El pequeño monito nunca recuperó el color en su rostro y se convirtió en el mono cariblanco. En cuanto a mí, apenas tuve la nariz en mis manos, la coloqué rápidamente y a oscuras, hasta al otro día noté que estaba torcida, pero no le di importancia después de aquella terrible experiencia en que casi la pierdo.

- Ayyy abuelita esa historia está muy buena, pero no puede ser cierta.
- Lo juro por la dentadura postiza de su abuelo - dijo la abuela entre risas.
- Vamos para dentro chiquillos, ya está caliente la olla de carne y además parece que va a llover.

Nosotros obedecimos todavía emocionados por la historia. Mi abuela se quedó un momento fuera observando la naturaleza y les juro que pude ver como un congo y un monito la saludaban con la mano desde las ramas de un árbol de aguacate. Se los juro por la dentadura postiza de mi abuelo.


Autor(a) Camila Juliana Castro Jiménez
Escuela Finca Capri
Docente Angie Ramírez Cordero
Director(a) Sergio Beita Lizcano
Dirección Regional Desamparados
Bibliotecólogo(a) Blanca Jiménez Araya