Mi Cuento Fantástico 2022
En cuatro patas
Ha pasado mucho desde que camino por las calles de Costa Rica que parecen interminables; ando en cuatro patas y camino días seguidos sin comer ni beber una sola gota de agua, y no me quejo, pero en las noches siento que un monstruo llega y me arrebata el sueño, un monstruo negro y muy grande que perturba mis pensamientos, ese monstruo no me deja en paz, a ese monstruo le llaman “culpa”. Todo pasó hace un año, pero lo recuerdo como si fuera ayer.
Ahí estábamos Agustín y yo; él hacía sus tareas mientras yo limpiaba mis patitas, recuerdo que sonó mi estómago, tenía hambre. Maullé lo más duro que pude, pero Agustín no se levantó a darme comida. Solo me echó agua y dijo que me fuera, yo no me iba a ir sin comida, así que me subí al escritorio y rompí su tarea. No lo debí haber hecho, Agustín se enojó mucho conmigo. - ¡Vete Chanel, arruinaste mi tarea, gata tonta!¡ ¡LARGO!!, ¡LARGO! - gritó Agustín, y luego me pegó con su cuaderno.
Como si nada hubiese pasado, Agustín se sentó, pero yo estaba tan molesta que me subí de nuevo al escritorio y esta vez, ¡ZARP!, le rasguñé su cara. Esto fue la gota que derramó el vaso, Agustín se puso rojo de furia y me agarró del cuello y me tiró a la calle diciendo que era la peor gata del mundo y que me odiaba. Él estaba enojado, pero yo también, así que corrí tan rápido y lejos como pude. Cuando me faltaba el aire decidí parar y reflexionar un momento. Sé que él reaccionó de una forma muy violenta, pero jamás lo debí haber rasguñado. Bajo el frío y dulce manto de la noche dormí en la calle. Mientras veía la luna y las estrellas recordé los buenos tiempos, en los que Agustín me pasaba un pedacito de pollo bajo la mesa, recordé cuando él lloraba y yo siempre llegaba a consolarlo con mis ronroneos y lo hacía sentir mejor...
Estaba decidida, debía volver a casa, caminé y caminé, pero jamás hallé aquella casa pequeña y de madera, con el patio más verde y florido del vecindario. Por más que busqué no llegué a mi hogar. Uno, dos o tal vez tres días, caminé sin descansar, pero con cada paso que daba me alejaba y me perdía más. Después de un tiempo decidí parar y dormir en un restaurante abandonado. En la noche llovieron sapos y culebras, hacía tanto viento que sentí que saldría volando. Estaba a punto de dormirme cuando alguien entró al restaurante, era una chica de unos 18 años, su cabello era de un rojo fuego y cuando vi sus ojos observé un alma pura y limpia.
Ella entró para protegerse de la tormenta, luego de un tiempo me vio. - Ven gatita, gatita, ven, psss pssss - dijo ella tratando de que me acercara, pero la verdad yo ya había perdido la esperanza en la raza humana; tanto se quejan de la contaminación y las tormentas, pero no se dan cuenta de que los culpables son ellos. En fin, decidí acercarme pensando que me alimentaría, y así fue, me dio un poco de atún y me estuvo chineando. Pasaron las horas y por fin escampó la lluvia, la muchacha no me soltaba y me alzó por un largo tiempo hasta que se detuvo en una veterinaria. Entramos y me dejó con otros gatos para que alguien me adoptara.
Luego llegó la chica que al parecer se llamaba Elizabeth, ella me alzó y me llevó a la clínica donde me bañó, me curó algunas heridas que me había hecho hace unos días y además me dio de comer y beber. Pasó el tiempo y Elizabeth todos los días me decía que pronto me adoptarían, pero nunca sucedió, supongo que como no soy de raza nadie me quería. Una tarde con el cielo de miel y canela escuché una discusión entre Elizabeth y su jefe.
- ¡Cuántas veces te he dicho María Elizabeth! Aquí no hay espacio para otro gato más y menos un ¡gato callejero y peor si es NEGRO! - gritó el jefe. - ¡No es cualquier gata, es Chanel!, Y ella como todos los demás gatos merece un hogar-. Su jefe se molestó tanto que la despidió. Al día siguiente llegó de nuevo Elizabeth, pero esta vez con una cara que reflejaba tristeza y otra vez me sentí culpable. Lizie, como la llamaban algunos, se acercó a mí y lloró mientras me decía lo mucho que lamentaba que yo no hubiera encontrado una familia, y que siempre me extrañaría, pero me dijo que si no me iba ya me lastimarían. Le ronroneé por última vez y me fui.
Seguí caminando; ya no tenía ni fuerzas ni esperanza, cuando volteé mi mirada, vi mi casa, mi hogar. Maullé lo más fuerte que pude y ahí salió Agustín. Con lágrimas de felicidad me abrazó, me pidió disculpas por haberme echado y me contó lo mucho que me buscó. Fue el abrazo más hermoso de mi vida, por fin sentí paz en mi corazón. Yo no paraba de ronronear, pero aún no tenía fuerza, y ahí en brazos de mi amigo del alma me desmayé y caí en un sueño profundo del que jamás desperté.
En mis últimos segundos de vida entendí que el amor verdadero persevera hasta el final.