Mi Cuento Fantástico 2022

Salvando a Gaia

En el Palenque de Cristal vive una indígena de nombre Doris. Ella es una niña de 10 años, con una chispa en su mirada y un deseo incansable de saber más. Muchas veces vuelve loca a su abuela “Nayu” con sus insistentes preguntas: ¿por qué ...? ¿por qué ...? ¿por qué...?

Doris, como buena observadora que es, se dio cuenta de que todos los años en su comunidad se celebraba una fiesta en honor a la Madre Tierra, para agradecerle todas las bendiciones que reciben durante esa temporada, como el agua, alimento, refugio y muchas cosas más para sobrevivir.

Ella se percató que esa tarde iba a llevarse a cabo la actividad y que el centro de atención sería la gran fogata que harían los pobladores al morir los últimos rayos del sol. La pequeña y la abuela se sentaron alrededor de la hoguera. De pronto la cabeza de Doris descansaba en los regazos de su “abue”, así la llamaba cariñosamente la niña. Rápidamente la mirada de Doris se perdió entre las lenguas de fuego incandescente y esta preguntó:

- Abue, ¿esa fiesta es para mi mamá, que ahora vive en el cielo junto a Sibö?
- No, mi pequeña estrella. Esta actividad es para nuestra Madre Tierra o Gaia - suspiró profundamente mientras miraba al cielo.
- ¡Mmm ...! ¿Cómo es ella? ¿Nació aquí, en nuestro pueblo? - preguntó Doris .... Tantas eran las interrogantes, que Nayu procedió a contarle la historia.

Hace millones de años, el Sol se enamoró de la Vía Láctea y después de un tiempo se casaron. Fruto de ese amor, la Vía Láctea quedó embarazada y en su pancita se formó nuestro planeta Tierra, o sea Gaia. Esta comenzó a crecer y a ser habitada, dándole felicidad y vida a todo ser vivo, además proporcionándoles alimento, agua y protección.

La niña quedó estupefacta al escuchar la historia de su abuela. Las dos mujeres se sentían cansadas y decidieron regresar a su casa, ya que era muy tarde y los primeros cantos del gallo ya recorrían el pueblo, anunciando que pronto amanecería.

La abuela acurrucó a Doris en su cama, junto a un peluche que ella le había hecho. Doris estaba tan cansada que no tardó mucho en cerrar sus hermosos ojos. Al rato sintió que se movía de izquierda a derecha, alguien intentaba despertarla. Abrió sus ojos y vio a una mujer con cabello muy largo, lacio, de color muy verde.

En su cabellera abundaban muchas guarias moradas. Doris intentó gritar, pero la mujer puso su dedo índice en sus labios, dándole una señal de que guardara silencio. La niña se sentía como un imán, atraída por la extraña figura de aquella desconocida mujer.

Llevó a Doris al corazón del bosque y debajo de un árbol gigante se arrodilló sobre una gran alfombra café que el viento, la lluvia y el sol habían confeccionado con hojas secas. - Siento mucho el inconveniente, soy la Madre Tierra más conocida como Gaia -.

Los ojos de Gaia se notaban cansados, afligidos.
- ¡Oh!... ¿qué pasa Gaia? Te noto mal - preguntó la niña.
- Estoy enferma, me siento débil, los humanos me envenenan poco a poco.
La mujer de cabellos verdes puso sus dos manos en los ojos de Doris.
- Solo cierra tus ojos.
Fue impresionante ... en la mente de Doris veía unas imágenes desastrosas. Observaba gente tirando miles de botellas y bolsas de basura en la calle y el mar. Las bolsas atrapaban a los peces, quitándoles la libertad y muchos de ellos morían intoxicados. Millones de árboles siendo cortados y quemados, animales silvestres cazados y torturados, y a un bebé tepezcuintle viendo como mataban a su madre, mientras lloraba y temblaba de horror.
- Me siento sin fuerza, mi cuerpo cada día que pasa muere lentamente, ¡AYÚDAME!- esas fueron las últimas palabras de Gaia. Su débil cuerpo cayó al suelo. En su cabello aparecieron canas, arrugas en su cara y las flores de su cabeza se marchitaron.
- ¡Gaia!. ¿Te morirás, como mi mamá? ¡no por favor!... ¿Cómo te puedo ayudar?

Doris no perdió tiempo y corrió a su choza. Lo único que tenía en su mente, era recorrer muchos poblados y ayudar a la Madre Tierra. Entró a su vivienda a pasos muy lentos para no despertar a su abuela Nayu. Agarró un metate, metió una botella de agua, un pedazo de pescado ahumado y un poncho.

Caminó con rumbo desconocido y luego de dos horas de andar entre la montaña y trillos peligrosos, llegó a un palenque que estaba desolado, -probablemente sus habitantes estaban en los quehaceres del campo- pensó por un momento Doris. A poca distancia estaba el mar y decidió hacer una caminata por la playa. Las olas del mar retumbaban con enojo por lo que le pasaba a Gaia.

- Si el hombre no aprende a respetarla y cuidarla se extinguirá. La niña se asustó mucho, corrió por la orilla de la playa y casi ni podía por la suciedad que en ella había. A lo lejos observó a un niño sentado en una piedra, Doris no perdió la oportunidad de acercarse.

- ¡Hola!, me llamo Doris.
- Yo, Iván.
- ¿Qué haces aquí? - preguntó la niña.
- Salvar a las tortugas y otras especies marinas que se encuentran atrapadas por los residuos plásticos. Por cierto, ¿qué hace una niña de tu edad tan lejos de su comunidad?
- Intento ayudar a una mujer que ha dado vida a la naturaleza y se encuentra enferma por culpa del hombre.
- Lamento su enfermedad, quiero ayudar.
- Tengo muchas ideas para ayudarla - dijo la niña emocionada. - Hay que ponernos en marcha, se nos acaba el tiempo.

En la playa había demasiada basura, se propusieron recogerla y depositarla en basureros de reciclaje. Los dos chicos decidieron visitar los 8 territorios indígenas y motivar a los niños y niñas que vivían ahí, para que los acompañaran en una caminata y a hacer conciencia de la destrucción que está sufriendo el planeta.

Conforme avanzaban en el recorrido, muchos niños se les iban uniendo; a la vez aprovechaban para sembrar árboles, plantas, y hablar con los pobladores para que hicieran conciencia.

La niña se sentía angustiada. Llevaba muchos días fuera de la casa y su abuela de seguro estaba preocupada.
- Me tengo que ir, Iván. Gracias por tu ayuda, lo que hicimos fue como sembrar una semillita en cada pueblo que visitamos y esta irá creciendo conforme pasa el tiempo.
Doris empezó su camino de regreso a casa hasta toparse con Gaia. Su rostro se había rejuvenecido.
- Quiero agradecerte por la ayuda, ¡gracias, gracias! - le mencionó muy emocionada Gaia.

Ambas se fundieron en un fuerte abrazo y Gaia comenzó a desaparecer, convirtiéndose en mariposas de muchos colores. De inmediato, Doris abrió sus ojos para darse cuenta de que todo había sido un sueño.



Autor(a) Mariángel González Aguilar
Escuela Concepción
Docente Mariela Aguilar Vásquez
Director(a) Maynor Rodríguez Acuña
Dirección Regional San Carlos
Bibliotecólogo(a) Grace Carranza Amores