Mi Cuento Fantástico 2023
El zanate y la yigüirra
Pasaron muchas generaciones después de la gran división y ambos clanes prosperaban, sin embargo, nunca dejaron de tener una inquietante duda: ¿había algo más allá del mundo que conocían? Algunos yigüirros y zanates soñadores deseaban conocer los territorios del bosque que sus ancestros relataban. Entre los zanates había uno cuya mente lo hacía volar más alto que sus propias alas y su deseo de aventura era impetuoso como los vientos de las montañas. Se trataba de un joven zanate negro, de plumas tornasol, nacido en una de las aldeas más al norte, donde también se narraban historias de aquel asombroso bosque que una vez fue uno solo. Por la mente de este inquieto zanate, no paraba de revolotear la idea de emprender un viaje, que lo llevara a conocer todos aquellos fantásticos lugares. Deseaba vivir esa aventura, su deseo era más grande que el miedo al peligro. Planeó su viaje para atravesar el bosque y volar hasta las playas del sur.
Aunque en su mente bullían muchas ideas, había una que más le ilusionaba; abordar un barco y viajar a sitios exóticos y lejanos donde conocer nuevas aves. Sin embargo, había un problema: debía atravesar el sur. ¿Qué peligros debía afrontar? Esto no detuvo a la osada ave a emprender. Voló durante muchos días y llegó a la frontera. Parecía un lugar aterrador y muy solitario, se veían otras aves más, los guardias de los viejos atalayas y un enorme letrero que decía: “Prohibido el paso a los zanates. Prisión al que desobedezca”. Las plumas del pequeño zanate se entumecieron y sus delgadas patitas temblaban. Por su mente cruzó la turbia idea de regresar a su aldea; pero el anhelo de su corazón por conocer el mundo era más poderoso que cualquier advertencia o lúgubre frontera; respiró y exclamó: ¡Me temo que aquí inicia lo difícil de este viaje!
La noche era oscura, sin embargo, algunas luciérnagas brillaban jugando en lo profundo del bosque. El zanate pensó que era una buena oportunidad para cruzar sin ser visto, por lo que se dio prisa y atravesó la frontera del sur. Pasaron un par de horas y ya se escuchaban romper las olas del mar. Decidió descansar ahí, para el día siguiente buscar un barco que lo llevara a sus ansiadas aventuras. Al amanecer se dispuso a iniciar su plan, sin embargo, se estremeció al ver entre unas rocas, una frágil yigüirra, mal herida y ensangrentada. Al aproximarse, tuvo dudas sobre si ayudar a la yigüirra o dejarla a su suerte, temió meterse en problemas con los yigüirros y acabar en prisión. Pero en su interior, había más deseos de ayudar que de temer. La pobre yigüirra abrió levemente sus ojos y le dijo con una débil voz: ¡Déjame no debes estar aquí!
El zanate insistió en socorrerla, y no sabía cómo. A pesar de que era de día, de repente, las mismas luciérnagas que iluminaron su camino por la noche, aparecieron, brillando intensamente y su luz los elevó a ambos a lo alto de una rocosa montaña, y luego desaparecieron sus brillantes luces. El zanate y la yigüirra quedaron solos y el zanate se dispuso a cuidarla, pues quizás era el deseo de la luz, la unión de esas especies. Curó sus heridas con hierbas del bosque y le dio de comer durante días. La yigüirra sanó y le contó al zanate que ella tenía muy pocos amigos; le contó que uno de sus sueños era poder viajar por el mundo en un gran barco. El zanate se sorprendió porque al parecer tenían muchas cosas en común. Juntos decidieron encontrar un barco para escapar por el mar a lugares lejanos. Así al final de la historia el zanate y la yigüirra de mundos separados por la enemistad, se unieron en un sólo viaje de aventuras.