Mi Cuento Fantástico 2023
La victoria del día
era alto y blanco. Era muy sociable, inteligente y luchador. Él tenía algo muy especial, porque nació con una condición llamada espina bífida, que le imposibilitaba caminar y por eso, utilizaba una hermosa silla de ruedas. Para muchos, esto era lo peor que le podía haber sucedido a Felipe, sin embargo, su familia siempre estuvo ahí para mostrarle que la espina bífida era sólo una condición, que no lo definía y que todo su valor estaba en lo que él quisiera hacer y lo mucho que se esforzara en lograrlo.
La familia, a pesar de vivir muy feliz en el pueblo, notaba que el ambiente no era el adecuado para que Felipe se movilizara en su silla de ruedas. Por eso, un día en una reunión familiar, tomaron la decisión de irse a vivir a la ciudad, en donde encontrarían mejores condiciones para vivir y facilidades para Felipe. La familia hizo lo posible por encontrar un lugar bonito, seguro y donde Felipe y Sofía pudieran crecer felices.
Don Ricardo halló un bonito trabajo creando y arreglando jardines. Un tiempo antes de la entrada a clases, los padres de Felipe buscaron una escuela y acudieron a conversar con la directora y maestra. La directora les recibió muy emocionada y les explicó lo contentos que estarían de recibir a Felipe y a Sofía en la escuela. “Andrea será su maestra”, les dijo la directora. Andrea era una maestra joven, morena de pelo colocho, que siempre sonreía a los niños y a los padres de familia. Andrea les comentó que estaría muy orgullosa de poder ayudar a integrar a Felipe en su grupo. Esto era un reto para todos, ya que muchos niños no estaban acostumbrados a compartir con otros con alguna condición de movilidad, pero ella estaba muy dispuesta a incluir a todos en su clase.
Así llegó el primer día de clases y Felipe se emocionó mucho, porque creía que iba a tener muchos amigos. Fernanda, su mamá, lo acompañó a la entrada del edificio y le ayudó a ingresar. Se despidió de él con mucha felicidad y un poquito de preocupación, pues como su mamá, sus miedos eran que Felipe no se sintiera aceptado en esa escuela. Él entró y vio muchos niños, el aula era muy bonita e interesante. Estaba decorada con el tema del espacio, cohetes en una esquina, planetas en la otra y estrellas sobre las cabezas de los estudiantes. Los alumnos estaban sentados en parejas, sin embargo, la profesora quitó una de las sillas al lado de una niña. Esta niña era muy sonriente. Su profesora se presentó y presentó a los demás niños.
Como Felipe era nuevo en el aula, la profesora le permitió a Felipe presentarse ante los demás. Después de los saludos, la profesora hizo una dinámica sobre las tablas de multiplicar. Felipe estaba preocupado porque no sabía si lo iban a incluir. Su profesora se las ingenió para incluir a Felipe. El juego se realizó en grupos. Felipe vio que todos se sentaron en círculos, y en el grupo 2 faltaba un niño, la profesora le dijo... “ven siéntate acá, este grupo es muy bueno”. Él con un poco de temor se acercó y la niña con quien él se sentaba le dijo: “bienvenido, yo me llamo Lucía”. Yo soy Felipe, dijo él, un poco nervioso. El juego que la profesora les dio fue muy fácil para Felipe, ya que él era muy bueno en matemáticas.
Cuando llegó el momento del recreo, todos los niños salieron corriendo hacia la cancha. Otros corrían por los pasillos y Felipe se sintió triste porque nadie lo había invitado a jugar. Por su silla de ruedas salió de último, llegó a la cancha donde los niños jugaban con la pelota y les preguntó si él podría jugar con ellos. Los niños se rieron de él, esto lo entristeció, pero recordó las palabras de su familia, quienes siempre le decían lo importante que él era para todos.
Felipe quedó solo bajo un árbol, pensando de forma afligida. Cuando de repente una voz dulce y amorosa le dijo: “¿quieres jugar conmigo?”. La voz era la de Lucía, la compañera de clase. Felipe y Lucía pasaron el resto del recreo conversando sobre las películas, juegos y comidas que les gustaban. Algunos de los compañeros de clase, veían lo alegre de la conversación y se iban acercando para conversar y compartir más con Felipe y Lucía. El tiempo pasó, y algunos de los estudiantes de la escuela se dieron cuenta que Felipe era un excelente compañero, estudiante y amigo. Aunque no todos los estudiantes de la escuela comprendieron ese día lo importante de incluir y aceptar las diferencias, Felipe empezó a enseñar a los niños de la escuela que todos tenemos igual valor y mucho que aprender y enseñar. Al final del día, Felipe regresó a casa, lleno de alegría y satisfacción por haber sido él quien ayudó a sus compañeros de escuela a ser mejores. Le comentó todo lo ocurrido a su papá, Ricardo, su mamá, Fernanda y su pequeña hermana, Sofía, quienes sintieron mucho alivio al ver que Felipe supo hacer amigos y ayudar a sus compañeros. Esto llenó de lágrimas los ojos de su hermana, quién le dijo a Felipe: “cuando sea grande, quiero ser como tu Felipe”. La familia entera se abrazó y luego se pusieron a cenar celebrando la victoria del día.