Mi Cuento Fantástico 2023
Buscando el norte
Ella vivía con sus padres y abuela, en un pueblo muy pequeño. En ese lugar, los caminos eran de tierra y piedra. En el pueblo aún no conocían los carros, motos o bicicletas. La única forma de viajar era a caballo o en burro. Ariana en una ocasión tenía que caminar y mientras lo hacía pensaba, ¿qué más habrá en otros lugares del mundo? Los padres de Ariana siempre le recordaban que su único lugar era su pueblito. Ariana triste le pregunta a su abuela, ¿por qué no puedo conocer más allá? Su abuelita, no sabía cómo responderle, porque no quería crear conflictos entre la familia. Entonces, para consolarla, le contaba a Ariana la historia de que, hace muchos años, ella conoció a un joven viajero, que siempre les contaba sus viajes. Ese joven decía que una vez logró ver “unas cosas flotantes en el agua” (barcos), sobre ciudades inmensas con autos y hasta con pájaros enormes que los llamaban “aviones”. Ariana, al oír tanta maravilla, pensaba “¿será cierto?”, porque su abuelita hablaba del joven con mucho cariño y expresaba con gran sentimiento lo sabio que era el joven.
La abuelita le dijo a Ariana que no se conformara, que siempre podíamos lograr ser más de lo que nos proponemos, que por más difícil que sea el camino, podemos lograr las metas propuestas. Entonces, Ariana muy feliz logró comprender las palabras de apoyo de su abuelita y entendió que todos podemos soñar sin tener imposibles. Por la noche, a la hora de cenar, la abuela preparaba el caldo de pollo y siempre realizaba una oración. Pero, esta vez la abuelita decidió que Ariana hiciera la oración y en ese momento Ariana le pidió a Dios poder salir del pueblo. Sus padres la regañaron y la enviaron a dormir. Luego, sus padres discutieron con la abuela, por las ideas que le incitaba a Ariana.
Horas después, la abuelita subió a la habitación de Ariana, para darle la bendición, como siempre acostumbraba a hacer mientras la niña dormía, pero, en esta ocasión Ariana se encontraba despierta y le pidió perdón a su abuelita, por el conflicto que le había causado con sus padres. Le prometió que no volvería a pedir esos deseos o hablar del tema, a lo que la abuela le contestó: –mi niña, no me pidas perdón y escucha con atención, ¿sabes por qué en invierno las aves emigran al norte?
– No, abuelita –le respondió Ariana.
– Porque Dios les dio su talento. Cada vez que llueve, se inundan sus nidos, la comida es escasa y ellas por instinto buscan su norte. Justo eso mi niña es el norte, un mejor lugar, una mejor vida y así como son las aves deberíamos de ser nosotros.
– Es increíble abuelita, ver como las aves tan pequeñas son tan inteligentes.
– Por eso, Ariana, jamás vuelvas a dejar de buscar tu norte, sin importar que tan difícil sean las circunstancias o las barreras que te enfrentes en la vida. Siempre debemos soñar para poder crecer, sin importar cuantas veces te encuentres un “NO” en el camino, y cuando no te sientas bien en algún lugar y creas que puedas hacer más de lo que te limiten, busca tu norte.
Ariana, con ojos vidriosos miró a su abuelita y le dijo que nunca dejaría de soñar, porque soñar no cuesta nada, y siempre tendría en su corazón y en sus pensamientos la luz y sabiduría que le transmitió la mejor abuelita del mundo. Pasaron los años y hoy Ariana se encuentra alistando maletas, pues está lista para encontrar su norte. Su abuelita ya no está y vive en el cielo, pero Ariana la recuerda con el mejor amor del mundo y vive gratamente orgullosa de la gran herencia de experiencia y positivismo que le dejó la mejor abuelita del mundo, quien hoy guía su norte con los mejores deseos.
Antes de salir del pueblo, Ariana decide compartir la historia de las aves con sus amigos, con el propósito que al igual que ella lleguen a su norte y no dejen de soñar, porque es gratis y la meta no tiene barreras para superar los límites de cada circunstancia.
¿Y tú tienes límites o ya sabes cuál es tu norte?
Mi abuelita Tita siempre decía que mañana todo iba a estar mejor, pero mis padres ya estaban cansados de esperar ese nuevo día. La finca que nos había dejado el abuelo, la recogió el banco por una hipoteca que no pudimos pagar y las vacas que teníamos se vendieron una por una, pero no fue lo suficiente para pagar la deuda. Solo nos quedaron algunas gallinas que poco a poquito nos fuimos comiendo. Ahora solo nos queda una que pone un huevo diario y está flaca, pero flaca, muy flaca.
Nuestra casa está a punto de caerse, ya que hace muchos, muchísimos años la construyó el abuelo con madera que extrajo de la montaña, por eso el banco nos la dejó, ya que para ellos no tiene ningún valor. Para la cena solo había un huevo hervido en agua con sal y unos pedazos de chayote. Todos sentados a la mesa tratamos de disfrutar aquel platillo.
Entonces, mi padre miró a mi abuela con una mirada fría y le dijo:
— Mamá nos vamos a marchar. –Un silencio se combinó con la tristeza de aquella casa, perdida en el tiempo.
– Hijo, ¿no puedes esperar un poco? Yo sé que mañana vamos a estar mejor. – No mamá, aquí en nuestro país, se han acabado hasta los “mañanas”.
Para nosotros no hay nuevos amaneceres. Nos marcharemos mañana, cuando cante el gallo y se despierte el sol.
Vamos con nosotros, allá en Costa Rica tendremos un mejor porvenir. –Tita guardó silencio y negó con la cabeza.
– Yo no me voy. Aquí está enterrado tu padre y esta es nuestra tierra, aquí me quedaré.
El gallo cantó, la luna se escondió detrás de las montañas y yo y mis padres nos despedimos de la abuela. –Adiós, Alicia –me dijo la abuela–, mientras sus lágrimas brillaban como perlas a la luz de una candela que sostenía en su mano derecha y cuya llama, el viento frío de la madrugada hacía bailar sobre una mecha carbonizada. Yo no quería hablar, ya que lloraría y nuestra despedida sería más difícil. No traíamos dinero, nuestras pertenencias cabían en una bolsa plástica, solo nuestro corazón estaba lleno de ilusiones. Al mirar de lejos la vieja casa y una lucecilla débil dentro, empecé a llorar. Mi padre me abrazó y me dijo: –no llores, Alicia, pronto regresaremos por tu abuela.
Fueron muchas horas de camino. A veces mi padre me llevaba a caballito sobre su hombro. Cuando nos daba hambre tomábamos agua, para engañar las tripas, decía mi madre. Cruzamos un río muy grande sobre una embarcación hecha de tablas y algunos estañones. Mi papá me sostenía con fuerza y vi a mi madre como rezaba en silencio. Yo iba pensando en mi abuela, qué estará haciendo, estará bajando chayotes, se estará bañando o tendrá hambre. En el camino un señor, muy amable, nos hizo el favor de llevarnos en su carro, hasta que llegamos a unas montañas altísimas por un lugar que le dicen Los Santos, donde hay muchas fincas cafetaleras y le dan trabajo a los extranjeros. Gracias a Dios, no nos exigieron papeles de residencia o pasaporte, solo les interesaba las ganas de superarnos que traíamos como familia.
En ese lugar mi padre consiguió una casa y él se empleó como peón del propietario de nuestra vivienda. Ahí fue donde recibimos la primera carta de la abuela y esa carta decía que nos extrañaba mucho y que estaba bien.
Yo ingresé a la escuela y el tiempo empezó a pasar.
Ya llevamos seis meses y mi padre dice que pronto regresará por mi abuela. Yo le envío cartas contándole de nuestra nueva vida, le digo que aquí hay comida suficiente para todos y tenemos televisión Ya son once meses, casi un año y no hemos ido por la abuela. Pronto saldremos de vacaciones y mi padre prometió que viajaríamos a pasear donde abuela. Por la tarde llegó un señor del correo y nos dejó una carta como muchas veces lo había hecho, esta vez la letra no era de la abuela. Reconocí la letra de la vecina y todo se llenó de tristeza. Mi abuelita Tita siempre decía que mañana todo iba a ser mejor.