Mi Cuento Fantástico 2023

El viaje de Alicia

Mi abuelita Tita siempre decía que mañana todo iba a estar mejor, pero mis padres ya estaban cansados de esperar ese nuevo día. La finca que nos había dejado el abuelo, la recogió el banco por una hipoteca que no pudimos pagar y las vacas que teníamos se vendieron una por una, pero no fue lo suficiente para pagar la deuda. Solo nos quedaron algunas gallinas que poco a poquito nos fuimos comiendo. Ahora solo nos queda una que pone un huevo diario y está flaca, pero flaca, muy flaca.

Nuestra casa está a punto de caerse, ya que hace muchos, muchísimos años la construyó el abuelo con madera que extrajo de la montaña, por eso el banco nos la dejó, ya que para ellos no tiene ningún valor. Para la cena solo había un huevo hervido en agua con sal y unos pedazos de chayote. Todos sentados a la mesa tratamos de disfrutar aquel platillo.

Entonces, mi padre miró a mi abuela con una mirada fría y le dijo:
— Mamá nos vamos a marchar. –Un silencio se combinó con la tristeza de aquella casa, perdida en el tiempo.
– Hijo, ¿no puedes esperar un poco? Yo sé que mañana vamos a estar mejor.
– No mamá, aquí en nuestro país, se han acabado hasta los “mañanas”.
Para nosotros no hay nuevos amaneceres. Nos marcharemos mañana, cuando cante el gallo y se despierte el sol.
Vamos con nosotros, allá en Costa Rica tendremos un mejor porvenir. –Tita guardó silencio y negó con la cabeza.
– Yo no me voy. Aquí está enterrado tu padre y esta es nuestra tierra, aquí me quedaré.

El gallo cantó, la luna se escondió detrás de las montañas y yo y mis padres nos despedimos de la abuela. –Adiós, Alicia –me dijo la abuela–, mientras sus lágrimas brillaban como perlas a la luz de una candela que sostenía en su mano derecha y cuya llama, el viento frío de la madrugada hacía bailar sobre una mecha carbonizada. Yo no quería hablar, ya que lloraría y nuestra despedida sería más difícil. No traíamos dinero, nuestras pertenencias cabían en una bolsa plástica, solo nuestro corazón estaba lleno de ilusiones. Al mirar de lejos la vieja casa y una lucecilla débil dentro, empecé a llorar. Mi padre me abrazó y me dijo: –no llores, Alicia, pronto regresaremos por tu abuela.

Fueron muchas horas de camino. A veces mi padre me llevaba a caballito sobre su hombro. Cuando nos daba hambre tomábamos agua, para engañar las tripas, decía mi madre. Cruzamos un río muy grande sobre una embarcación hecha de tablas y algunos estañones. Mi papá me sostenía con fuerza y vi a mi madre como rezaba en silencio. Yo iba pensando en mi abuela, qué estará haciendo, estará bajando chayotes, se estará bañando o tendrá hambre. En el camino un señor, muy amable, nos hizo el favor de llevarnos en su carro, hasta que llegamos a unas montañas altísimas por un lugar que le dicen Los Santos, donde hay muchas fincas cafetaleras y le dan trabajo a los extranjeros. Gracias a Dios, no nos exigieron papeles de residencia o pasaporte, solo les interesaba las ganas de superarnos que traíamos como familia.

En ese lugar mi padre consiguió una casa y él se empleó como peón del propietario de nuestra vivienda. Ahí fue donde recibimos la primera carta de la abuela y esa carta decía que nos extrañaba mucho y que estaba bien. Yo ingresé a la escuela y el tiempo empezó a pasar.

Ya llevamos seis meses y mi padre dice que pronto regresará por mi abuela. Yo le envío cartas contándole de nuestra nueva vida, le digo que aquí hay comida suficiente para todos y tenemos televisión Ya son once meses, casi un año y no hemos ido por la abuela. Pronto saldremos de vacaciones y mi padre prometió que viajaríamos a pasear donde abuela. Por la tarde llegó un señor del correo y nos dejó una carta como muchas veces lo había hecho, esta vez la letra no era de la abuela. Reconocí la letra de la vecina y todo se llenó de tristeza. Mi abuelita Tita siempre decía que mañana todo iba a ser mejor.



Autor(a)
Julieth Tamara Arias Álvare

Escuela
Santa Cecilia

Docente
Juan Carlos Valverde Rivera

Director(a)
Juan Carlos Valverde Rivera

Dirección Regional
Pérez Zeledón