Mi Cuento Fantástico 2024
Un precioso día de verano, cuando iba de regreso a su casa, Lucía conoció a un anciano muy peculiar. Él estaba sentado tranquilamente en una banca de un parque, su cabello era blanco y ligeramente rizado, era bastante alto, vestía con pantalones holgados y un abrigo negro que lo hacía lucir muy elegante, pero lo que más sobresalía en él eran sus ojos, azules como un trozo de cielo, y su sonrisa amigable. Ella comenzó a conversar con él y tras unas horas, se hicieron mejores amigos. Lucía disfrutaba montones conversar con él, y un día le contó que ella sentía incertidumbre por no poder ayudar a sus amigos con sus problemas. El anciano sonriendo exclamó:
-¿Sabes mi niña, que eso es falta de tiempo y atención? Te diré por qué: El tiempo no se vende, no se compra y no se exige.
-¿Qué quieres decir con eso? -preguntó Lucía al escuchar esto. -El tiempo se da por cariño y amor, por voluntad propia. Ahora, mi querida Lucía, yo te daré un obsequio, algo que te ayudará a comprender la enseñanza que te he dado -dijo el anciano.
Sacó del bolsillo de su abrigo un objeto intrigante, de color dorado y forma redonda, algo que sin duda tenía tantos o más años como él mismo. Puso el regalo en las delicadas manos de la pequeña y le dijo:
-Este antiguo y estimado reloj tiene el poder de manejar el tiempo, detenerlo, devolverlo o adelantarlo, según quiera su portador. Úsalo sabiamente.
Ella aceptó el regalo muy agradecida. Más tarde, Lucía regresó a su casa con muchas ideas creativas. Lo probó por primera vez para degustar mejor su comida preferida hecha por su abuelita. También, detenía el tiempo cuando jugaba con su mamá y durante los paseos familiares. ¡Ah! Y eternizaba las golosinas...
En la escuela cambiaba muchas lágrimas por sonrisas, pues el reloj evitaba que los eventos desafortunados ocurrieran, además de resultar súper útil para los exámenes, y adivinen, pues ella, se sentía muy feliz. Un día como cualquier otro, al salir de la escuela ella se dirigió al parque, sin embargo, se sorprendió mucho al ver que su amigo no estaba sentado en su lugar de siempre, esperándola. Ella buscándolo, se topó con una señora y le preguntó si sabía dónde estaba su amigo. De esta manera, inesperadamente, la niña se enteró de que su amigo el anciano había muerto. Lucía, en su tristeza, intentó usar su reloj para devolver el tiempo, pero no pudo, se desesperó y comenzó a golpear y sacudir fuertemente el objeto, pero este no funcionó y de pronto, el reloj, en un pestañear, se desvaneció en sus manos.
Instantes después, Lucía se percató de que ella nunca supo el nombre de su gran amigo y lloró, lloró desconsoladamente. Se retiró a su casa, abrazó fuertemente a sus padres, se acostó en su cama y cayó en un sueño frío y profundo; mientras dormía, ella en sus sueños comenzó a observar una figura que le resultaba familiar, y claro que lo era, pues era su amigo, el anciano, que apareció en sus sueños para verla una última vez, y le dijo: -No estés triste, sé que te duele haberme perdido, así como también al reloj, pero te digo que yo siempre estaré en tu corazón; y como no sabes mi nombre, te lo diré: yo soy Tiempo. Tú ya no necesitas el reloj, porque has aprendido el valor de los momentos. Eres una gran niña y tu forma de ver la vida es el obsequio más valioso que te puedo dar, aún más que un reloj mágico. -Y se despidió de ella con un hermoso abrazo-. Adiós mi pequeña amiga.
Lucía se sintió aliviada, y su alma se llenó de alegría. Al momento de despertar, decidió continuar con el legado que su amigo, el Tiempo, le dejó. Darle valor a cada momento. Ella aprendió que el tiempo pasa muy rápido, y que debemos disfrutar cada instante. Luego de pensar en todo por lo que había pasado, Lucía dijo para sí misma: “un reloj mágico... ¡ah! ¿Quién lo necesita? Cuando nos tenemos unos a otros para darnos el mejor regalo que existe: amor... Y por supuesto, tiempo.”